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Libros de música


¿Quién mejor que un maestro de guitarra para esclarecer la manera en que la música construye tejido social? Pedro Ángel, vinculado a la Academia de Artes de Bogotá, ha tenido dos exilios, uno huyendo de la extrema derecha en el Salvador y otro, de la izquierda en Venezuela.


En ambos casos, él ha visto un enorme patrón de injusticia social. Aunque siempre han habido mecanismos que le han ayudado a contrarrestar las situaciones adversas. Para Ángel los sistemas de orquestas juveniles han hecho que los jóvenes desempeñen un papel más amable como seres sociales.


Sin embargo, él afirma que “la música nunca va a ser un ente que cambia la sociedad a nivel perse”. No porque una persona escuche música puede ser más buena, ni más consciente socialmente. Lo que hace la música en las personas es facilitar herramientas para mejorar su existencia.


El maestro explica que el proyecto Batuta copiado del sistema venezolano en “Colombia es muy humilde y no le es posible extenderse a todos los elementos que conforman la problemática social del país”. En Colombia, no se invierte lo suficiente en estos proyectos, porque aún el Estado no se ha dado cuenta de las bondades que tienen el arte en la transformación de las personas.


Invertir en educación musical es muy costoso, pero la guerra también lo es. Anualmente, en Colombia se invierten alrededor de 27.8 billones de pesos en el sustento de la defensa nacional. ¿Qué pasaría si se invirtiera en una cuarta parte de lo que se gasta en guerra en proyectos similares a Batuta?


La preocupación debería ser por el bienestar de la sociedad, no por su estatus social. La música funciona como una mentira, una mentira que se repite mil veces y termina siendo verdad. Aquí, las canciones son creadas para ser digeridas fácilmente y vender cientos de copias, dice Pedro, mientras mira a los jóvenes universitarios que conversan al final del pasillo.


Tal como nuestros productos tradicionales de exportación como el azúcar, el café y las flores, la música endémica del país es apetecida a nivel nacional e internacional. Sin embargo, cada persona hace un aporte individual, con lo que compra, escucha e interpreta.

Si nos preguntáramos que tipo de música deberíamos escuchar es muy probable que no haya respuesta única que legitime una posibilidad debido a que la música es un vínculo con el infinito y cada persona, desde su construcción del mundo que la rodea, decide cómo hacerlo. Aunque, es importante que dentro de los contenidos se construyan mensajes de identidad social que vehiculen mensajes de respeto, paz, tolerancia y amor.


Para que una sociedad tenga un cambio y se convierta en un escenario de reconciliación y paz, cada uno de los personas que la conforman debe tener un proceso de transformación interno, así sucede en la Fundación Buscando Las Estrellas, en donde se intenta que los niños de bajos recursos puedan aprender música.


Fundamentados en la idea de que “la música hace mejores seres humanos y transforma vidas” Marta Roció Castro, pianista y fundadora de la organización, intenta que la educación musical llegue a los niños y jóvenes con menos oportunidades.


Desde su experiencia explica que los niños más conflictivos, al comenzar estudios musicales, se convierten en personas más sociables, menos uranias y más alegres, dado que los sonidos y la magia de la armonía los aleja los aleja de tristezas y amarguras con las que de por sí, acarrean todos lo humanos.


Luego de pasar por la formación primaria y secundaria un joven sale a enfrentarse al mundo sin un proyecto de vida claro, pero en algunos casos, la música puede convertirse en un proceso que perdure toda la vida y le dé sentido a su existencia. A través de ella los jóvenes logran hacer un proceso que subsiste a lo largo toda de la vida.


Para Martha Lucía, un joven que sea capaz de tocar para ganarse la vida honestamente, en un concierto, en un restaurante o incluso en uno de los tantos puentes que hay en Bogotá está aportando a la construcción de paz.


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